POR QUÉ NO CREER EN LA JUSTICIA UNIVERSITARIA Y FORMAL: CÓMPLICES DEL ACOSO, ENEMIGOS DE LAS VICTIMAS

Historicamente las instituciones de justicia han sido reconocidas por ser complacientes con las conductas de acoso.

EL FRAUDE DE LA JUSTICIA UNIVERSITARIA: ENCUBRIMIENTO Y SIMULACIÓN

Si algo ha demostrado la Universidad del Valle en el caso de Carlos Patiño es que la justicia universitaria no es más que una farsa. A pesar de contar con pruebas irrefutables—incluyendo el reconocimiento explícito del agresor en un acto público—el proceso disciplinario sigue estancado. No es una sorpresa. La estrategia es la misma de siempre: dilatar hasta que el tiempo haga lo suyo, hasta que el escándalo se enfríe y el agresor pueda salir impune, protegido por un sistema que, lejos de impartir justicia, está diseñado para proteger a los suyos.

Porque en Univalle, como en tantas universidades del país, el procedimiento es claro: simular que se hace algo, montar un espectáculo burocrático, exigir pruebas que ya existen, pedir más testimonios cuando hay decenas de ellos, y cuando ya no quede otra opción, archivar el caso o sancionar con una medida simbólica. Mientras tanto, las víctimas siguen esperando una justicia que jamás llegará, porque nunca ha estado pensada para ellas.

El ciclo se perpetúa con la salida de las generaciones de estudiantes. Los supuestos procesos toman el suficiente tiempo para que se egresen los estudiantes y ya no quede nadie para hacer memoría ni advertir a las nuevas generaciones.

EL SISTEMA JUDICIAL: UN LABERINTO DISEÑADO PARA EL OLVIDO

Si las universidades no protegen a las víctimas, la justicia formal tampoco es una opción. El caso de Carlos Julio Arrieta en la Universidad Distrital es un ejemplo clarísimo: más de 130 denuncias por acoso y le tomó al sistema cuatro años para inhabilitarlo. Cuatro años en los que las víctimas fueron ignoradas, revictimizadas y obligadas a convivir con su agresor. Si un caso tan evidente tardó tanto en llegar a una resolución, ¿qué se puede esperar de aquellos donde las víctimas no tienen grabaciones, correos o confesiones explícitas? La respuesta es sencilla: nada.

El mensaje es claro y brutal: el sistema no protege a las víctimas, protege a los agresores. No es una falla del sistema, es el sistema mismo. Un aparato que encubre, retrasa y finalmente olvida, asegurando que quienes tienen “poder” nunca sean realmente castigados.

NO HAY NADA POR ESPERAR. SE DEBE ACTUAR

Ante esta realidad, no hay espacio para la ingenuidad. La justicia universitaria y la justicia formal están al servicio de los agresores, y confiar en ellas es un error que solo prolonga la impunidad. Las pruebas pueden ser irrefutables y estar sobre la mesa, los testimonios validados, y sin embargo, no pasa nada. No porque falte evidencia o se deba esperar a un debido proceso, sino porque no hay voluntad.

Por eso, la única opción real es organizarse, visibilizar, presionar y exponer a quienes encubren el acoso. Basta de justificarse en que no hay denuncias formales ni penales para evitar hablar del tema o tomar acción. 

La historia ha demostrado que esperar a los supuestos debidos procesos cuando las pruebas son irrefutables, es ser complice del acoso.